La tarde aquella

Una de miles.
También una de las últimas que pasaría en Maturín en mi época de estudiante. Era una tarde fría, envuelta en la fantasmagoría de una pronta partida.
El día había estado lluvioso, por lo que esas horas vespertinas se antojaron brumosas y con dejos de neblina.
Andaba en el correteo de obtener los recaudos para mi traslado a otro núcleo de la universidad. Era en aquella sede entre pintoresca y familiar que quedaba a la entrada de Juanico.
Esa tarde quise respirar, caminar.
Fue entonces que desandé el camino hasta el centro de la ciudad atravesando la avenida Bolivar con todo el esplendor de sus árboles arropándome por completo.
No sé por qué era una tarde triste,
y fría,
y llena de poesía.

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